miércoles, 29 de agosto de 2012

CUANDO LA DEMOCRACIA NO VALE NADA


Resulta sintomático que la efigie de Guy Fawkes tras la que se enmascara el justiciero protagonista de V de Vendetta se haya convertido en símbolo de los nuevos disconformes. En el citado cómic de Alan Moore (y en su adaptación cinematográfica firmada por los hermanos Wachowski) el triunfo de la voluntad popular tiene su expresión culminante en la voladura del parlamento británico. Hacer que salten por los aires las actuales instituciones es, para muchos jóvenes (y no tan jóvenes) indignados, una opción aceptable una vez se ha asumido que el orden democrático en el que vivimos es equivalente a la democracia falsificada que Alan Moore presentó su  antiutopía V de Vendetta. Alarmante pero no tanto como constatar, mediante un análisis siquiera somero, que a día de hoy la democracia (tal y como está instituida) no complace a casi nadie.
       A la derecha se ha virado hacia la involución y se propone abiertamente desandar el camino recorrido de 1975 para acá.  El zafio discurso de la España desangrada por reyezuelos autonómicos ha cobrado una fuerza inusitada y cuenta, incluso, con la complicidad de intelectuales hasta hace poco caracterizados por su prudencia y buen tino. Se pide el fin del Estado de las Autonomías, que es tanto como exigir el regreso a la oscuridad preconstitucional. No sólo eso. La presidenta madrileña, Esperanza Aguirre, siempre presta a ejercer el gamberrismo político, propone lo mismo que el Mussolini de 1928: la jibarización del Parlamento.  ¡Menos diputados, menos políticos! es el grito de guerra de un autoritarismo que ya se insinúa sin ambages y que hace de la crítica a toda la clase política su seña de identidad.
       A la izquierda, mientras tanto, está la agitación callejera que, directamente, propone tomar en septiembre el Congreso de los Diputados como si del Palacio de Invierno se tratase y está la socialdemocracia en una deriva que incluye la apelación recurrente a una difusa mano tendida, a un entendimiento con el actual ejecutivo. Gobierno de concentración, sugieren algunos. Lo cual, volvemos a lo mismo, significaría vaciar de contenido la democracia y enviar al electorado el demoledor mensaje de que, hasta nueva orden, se suspende toda discrepancia entre Gobierno y oposición; es decir, se suspende el ejercicio de la democracia.
       Claro que eso es abiertamente lo que defienden desde los verdes campus anglosajones esa especie de lobby liberal que es Fedea/Nada es gratis (Garicano y compañía). Sin ningún tipo de tapujo estos destacados economistas exigen que se entregue el Gobierno a tecnócratas y se impida que el populacho interfiera en su acción. Todo ello sostenido en el argumento de que la política económica es una suerte de matemática que sólo los expertos saben manejar.
       Así las cosas, a izquierda, derecha y centro, la convicción de muchos es que el sistema está podrido y que la democracia tal y como la hemos entendido hasta hoy no vale. No resulta exclusivo de España este brote, si eso tranquiliza a alguien, ahí está ese Frente Nacional francés crecido hasta el horror o el caso de los griegos que, puestos a entregarse a la devastación, han decidido ornar su parlamento con un partido de estricto nazismo. Aquí, de momento, las formaciones políticas tradicionales aguantan, veremos por cuánto tiempo.
       Porque se está produciendo lo que los viejos marxistas (con perdón) solían anunciar: la crisis económica, al agudizarse, se está convirtiendo en crisis sistémica. A la búsqueda de culpables de este desastre en el que nos vemos inmersos, la clase política resulta señalada en primer lugar. Pero detrás van la judicatura, la monarquía, las fuerzas del orden, la administración publica en general.
Como en los años 30, una vez más, la democracia ha dejado de importarnos. Si lo que el sistema nos ofrece es padecimiento, que quiebre el sistema. En un país que se asoma a un empobrecimiento vertiginoso, ese es el razonamiento que va calando en amplios sectores de la opinión pública.
       Se trata del precio de la desigualdad. La indiferencia de Alemania y otros países prósperos ante el sufrimiento de sus socios mediterráneos tiene un coste. La desigualdad se paga, de un modo u otro. Con sublevaciones, con gobiernos autoritarios, con una Europa de nuevo agitada por pulsiones totalitarias. ¿Exageraciones? Ojalá. Pero el fuego se atiza en las tertulias, en las redes sociales y en las conversaciones de barra de bar y no sería extraño que, de algún modo, prendiera la pólvora que porta el fantasma de Guy Fawkes.

      

miércoles, 8 de agosto de 2012

¡QUIERO LA CABEZA DE SÁNCHEZ GORDILLO!

La acción de pillaje que ha encabezado el diputado andaluz Juan Manuel Sánchez Gordillo es la agresión más grave que ha sufrido la democracia desde hace mucho tiempo. Robar chóped en un supermercado constituye un crimen aborrecible y resulta del todo lógico que en un caso así el ministro del Interior se ocupe personalmente del asunto e inste a la inmediata captura de los sediciosos y de su cabecilla. ¡Quiero la cabeza de Sánchez Gordillo!, ha bramado el ministro Jorge Fernández Díaz sudando tequila con la cara de El Indio Fernández, a punto de sacar la pistola.
Sánchez Gordillo está, mientras tanto, transmutándose en un Emiliano Zapata al que le han robado el caballo blanco pero no las cananas y mete miedo a las viejas del barrio de Los Remedios e irrita a los señoritos y desconcierta la tropa tibia de esa izquierda desmochada que cavila todavía a qué lado hay que estar en Siria y, claro, se despista de lo que pasa por España y no sabe si lo de Gordillo está bien o mal. Por contra, recibe Sánchez Gordillo parabienes de la gente normal, harta de ver a Jaume Matas paseando por Miami y cosas así de repulsivas.
¡Mamá, demagogia!, musitan los moderados pero, hijos míos, vivimos tiempos convulsos y robarle al señor Roig unos cuantos garbanzos no creo que sea para tanto. Recurramos a la frase hecha: ¿qué es más delito, atracar un banco o fundarlo? Que se lo pregunten a los de Bankia.
De todos modos, a mí lo que más me ha impactado del asunto del asalto al supermercado ha sido contemplar en las imágenes el celo inusitado con que una trabajadora del centro trata de impedir que se lleven las galletas maría, como si se las estuviesen quitando de su propia boca hambrienta. Por Dios, qué entrega a la causa de la patronal. Sr. Roig, suba el sueldo a esa empleada.
España es un país surreal y con tendencia al folclore trágico. Vuelve El Tempranillo pero  vuelve porque también ha regresado (o está a punto de regresar) la Andalucía de niños con el culo al aire que espantan moscas royendo un mendrugo de pan. Exagero, claro, pero son tantísimos los que están padeciendo gravemente esta crisis. Así que, hala, si hay que apoyar a alguien, me quedo con nuestro buen salvaje Sánchez Gordillo antes que con esos portavoces del Partido Popular que le apuntan con el dedo justo después de sugerir que a los inmigrantes habría que dejarles morirse de cáncer. No, no, no. Por lo menos Sánchez Gordillo tiene buen fondo. Es algo bestia, eso sí, pero qué le vamos a hacer.
Y todavía queda por disfrutar de la inminente estampa del prendimiento: Sánchez Gordillo, barba en flor y camisa abierta hasta el ombligo, a pecho descubierto, manos a la espalda, grilletes en ambas muñecas y dos números de la Guardia Civil flanqueándole. Sólo pedir que, en aras de la estética y por deferencia a los periódicos extranjeros, dichos agentes de la Benemérita luzcan el tradicional tricornio de charol y se haga la fotografía bajo el sol de plomo de la campiña sevillana. Muchas gracias.