martes, 17 de enero de 2012

MANUEL FRAGA IRIBARNE

Pensaba yo aplicar, con respecto a la muerte de Fraga, la máxima wittgensteiniana: De lo que no se puede hablar, hay que callar. Ya saben, por aquello del respeto a los difuntos y el hastío que produce polemizar una y otra vez sobre obviedades. Pero no hay manera. Imposible mantener el silencio. Porque lo que se está haciendo en la mayor parte de la prensa estos días es un ejercicio de revisionismo insoportable. El patrón, el demócrata irascible, el tragaldabas tierno, el hombre que guió a nuestra derecha hacia la tolerancia, el venerable caudillo de corazón gaitero. Y luego, en la letra pequeña, un mínimo recordatorio de que (ah, sí) ese señor con cara de malas pulgas también fue ministro de Franco, justificó sentencias de muerte y asesinatos extrajudiciales (Grimau y Ruano) y allá por Vitoria fue cómplice de una actuación policial que acabó con la vida de cinco obreros que protestaban pacíficamente (uno de ellos tenía 17 años).  De la derecha mediática no se podía esperar otra cosa. Pero ¿y de los nuestros? Pues lo mismo, ya que la progresía proveniente de la Santa Transición no se ha curado, a estas alturas, ese complejo cimentado en viejísimos miedos y conveniencias de las noches de parranda, cuando la democracia se edificaba entre whisky y whisky y Emilio Romero paseaba sus lentes oscuras sobre su rostro de batracio libidinoso. Haber compartido queimada y lacón con don Manuel une mucho, qué caramba, aunque luego uno sea socialdemócrata de pro. Y por ello sólo algún columnista de mi generación (Nacho Escolar) se ha atrevido a señalar que, por muy fenecido que esté el presidente de honor del Partido Popular, las cosas son como son y el franquismo no se limpia tan fácilmente de la hoja de servicios. Y, mientras, siguen las loas y a quien discrepa se le acusa de inmisericorde. No, yo la misericordia, perdónenme, la guardo para las viudas y familiares de esos obreros de Vitoria, para los torturados de la DGS, para quienes penaron con cárcel y exilio su pelea por la democracia. Ese puñado de resistentes a quienes en España se insulta a diario reinventando el pasado. Y disculpen la solemnidad.
Manuel Fraga Iribarne. Descanse en paz. Pero, por favor, un poco de respeto a sus víctimas (siquiera colaterales). Porque, al final, ha tenido que ser un ciudadano de a pie quien exponga en voz alta lo que muchos pensamos, esa enmienda a la totalidad de la Transición, o la profunda verguenza de que España tuviese que construir su democracia lamiendo las botas al franquismo. Tal vez fuera inevitable. Pero no es algo de lo que presumir. Tiene razón este oyente de Radio Nacional que, harto de tanta necrológica simpática, dijo la pura verdad:
http://www.youtube.com/watch?v=W9kU1gHyIYM&feature=youtu.be

martes, 3 de enero de 2012

LA CLASE MEDIA CONTRA SÍ MISMA

- Recuerda, Clarice, que sólo una generación te separa del hambre.
Dicta la lección de conciencia de clase el profesor Hannibal Lecter, en el claroscuro de su celda, tras un zigzag de sombras. Lecter explica a Clarice, en ese primer encuentro entre ambos, cuánto nuestra procedencia social nos marca. Somos también el hambre de nuestros abuelos. Me viene a la cabeza esa secuencia de El silencio de los corderos cada vez que me hallo ante cierta clase media convencida de su superioridad, ensimismada, complacida en ensoñaciones de grandeza. Un apartamento en la playa, una hipoteca y un par de utilitarios no hacen al burgués. La clase media es tan inconsecuente que vota contra sí misma. Vota contra las políticas que la permiten seguir siendo clase media. La clase media puede disfrutar del veraneo en La Toja porque no ha de destinar ese dinero a pagar la cura del cáncer del abuelito (a cargo del Estado) ni el colegio de curas de los niños (graciosamente financiado por una administración de presunta aconfesionalidad) ni tiene que preocuparse, de momento, por Jorgito, el nene en paro, ya que recibe 900 euros al mes para sus vicios. La clase media no se acuerda del hambre de sus abuelos. Mojarse el culo en la piscina comunitaria de la urbanización ha hecho soñarse burgués a tanto nieto de destripaterrones. Así que, ya ven, abducidos por el pensamiento grupal, exigen capitalismo en estado puro, menos gasto público, cada cual que se defienda como pueda. Pero, querido, amigo, ¿no ve usted ante el espejo su propia fragilidad, su indefensión? A partir de ahora se las arreglará como pueda, pagará el colegio de sus niños, pagará la sanidad, le hemos bajado el sueldo, le hemos subido los impuestos, hemos subido (IVA mediante) los precios, el nene se ha quedado sin su subsidio de desempleo. ¿De verdad cree que puede permitírselo? Si ni siquiera, amigo mío, tiene usted la mansión adecuada en el barrio de Salamanca de Madrid. Como mucho un adosado en Illescas o  (perdón, sin ánimo de ofender) en alguna zona residencial a las afueras, muy a las afueras, de su ciudad.
- Recuerda, Clarice, que sólo una generación te separa del hambre.
Recuérdelo, sí, querido amigo. La clase media es como ese aspirante al ascenso social que se cuela en una fiesta de la alta burguesía. Se le hace creer que es bienvenido pero, a sus espaldas, los adinerados anfitriones se ríen de él, de sus formas ampulosas, de sus absurdas pretensiones.
Peor lo tiene, bien es cierto, el estricto proletariado, caído en un analfabetismo promocionado por la televisión, allá en sus extrarradios y polígonos industriales, peleándose con los moros y los rumanos, angelitos. Entretenidos con sus drogas y sus sesiones de musculación (ellos) y sus cirujías para aumentar varias tallas los pechos (ellas). Sí, el proletariado, la verdad, no está mucho mejor. Pero, en su ignorancia, al menos resulta entrañable. Son como animalillos salvajes, sin pensar en otra cosa que follar y el botellón.
Mas ustedes, amigos de la clase media, ustedes han leído. Al menos, pongamos por caso, a Zafón o a Lucía Etxebarría. Ustedes tienen una responsabilidad. Al menos, la responsabilidad de no autolesionarse. Porque, sépanlo, es lo que están haciendo. Votan a la derecha como si esta, de verdad, fuese a defender sus intereses. No sean ridículos. ¿Les han visto? ¿Han visto ese plantel de ministros? ¿Hay alguno de los nuestros, de los suyos? Un vendedor de bombas, algún viejo burócrata, un coleccionista de coches de alta gama, la dama hiperbronceada que a toda derecha le gusta exhibir... Son ricos.  Son ricos y usted no lo es. Lo sentimos. Ah, pero todavía piensa que puede hacerse rico, un golpe de suerte en la oficina, que le asciendan. Hombre de Dios, pero que usted es un asalariado, que con las mismas un golpe de mala suerte le puede enviar a la puta calle y a la catástrofe.
En fin, hagan ustedes lo que les parezca. Yo soy de los que pienso como Hannibal Lecter y me acuerdo de que mis abuelos colocaban ladrillos en un andamio. A lo mejor su abuelo era marqués. Suerte que usted tiene. En todo caso, las cosas son como son, La clase media, aterrorizada, decidió en las últimas elecciones dispararse en un pie para no poder huir. Pues que Dios reparta suerte.